domingo, 30 de noviembre de 2014

Lucille (Les Vies Anterirures)

Era un sitio peligroso.
 No elegí nacer ahí, ni tampoco a mi familia, ni siquiera elegí vivir... 
Sin embargo pasó.

Desde pequeña sentí un gran afecto por mi madre adoptiva
 (era claro que lo era puesto que nuestro color de piel era muy distinto).

 Me encantaba ver cuando se lavaba... 
el agua tocaba su piel desnuda con naturalidad, 
casi como si le acariciara, cerraba los ojos y me imaginaba abrazándola,
 besando su vientre, sus labios húmedos, 
era una mezcla exquisita de admiración, envidia, deseo, cariño,
 respeto e incluso ira por no tenerla.

Muchas veces me atreví a confesarle mis fantasías (claro, en mi mente) 

El mundo estaba sumido en injusticia y sexismo, 
no me sentía capaz de revelare mis sentimientos. 

Los hombres eran en su mayoría estúpidos, no tenían tema de conversación
y su mirada degenerada sólo me causaba inseguridad. 
No era que no sintiese curiosidad por ellos, 
sólo que no había conocido a ninguno que me sorprendiese, en inteligencia es decir.

Sin embargo mis congéneres, 
que delicia, cada una posee cualidades ocultas, 
y belleza sutil que los depravados no eran capaz de ver distraídos por el busto, 
la pelvis y el culo....

Me gustaba ver lo que ni ellas conocían de si mismas, 
viví mi niñez enamorada de cada una, odiándome por no poder avanzar.

La primera vez que decidí declararme fue tan doloroso que opté por guardar silencio en mas, 
era preferible que nadie llegará a conocer todo el amor que iba acumulando en las noches de 
autocomplaciencia. Era preferible la soledad al dolor punzante del rechazo.

Me dejaba llevar por la imaginación, fantaseaba con un futuro en el que las personas podrían 
ser sinceras de corazón, en donde no discriminaren a nadie por su edad, su color de piel, su 
idioma, su espiritualidad, sus tentaciones, sus ideas, sus gustos.

Crecí siendo una chica solitaria, una adolescente apasionada.
Siempre tenía ganas e llorar, 
aunque para los demás siempre fui la chica asendosa con la que todos podían contar, 
callada, risueña.

Siempre tuve el deseo escondido de que alguien me amara, 
que me deseara como necesitaba 
ser deseada...

Los días eran cada vez más difíciles. 
Algunas veces quice atentar contra mi propia vida, 
luego me daba cuanta que mi único deseo en el mundo era descubrir a la persona que me 
amara como yo amo. 

Entre los suspiros me levantaba, limpiaba los trozos de cristal mezclados con sangre, 
lamía mis heridas y continuaba la inútil rutina de ser quien era.

Nunca pude ir lejos del puerto, 
las fantasías de un viaje que probablemente nunca se verían realizadas con la vida que llevaba, 
confinada a servir a quienes me acogieron siendo niña. 
Sin salida, ni amores que me rescatarían del vacío.

Una tarde me enviaron a comprar verduras al pueblo, 
estaba atardeciendo, el ocaso y el amanecer era lo que más me gustaba, 
eso y la compañía de los perros callejeros que acostumbraban a seguirme.
El último acto de mi vida no fue más que un segundo fugaz. 

Asestaron un golpe sordo en la cabeza de mi amigo, 
mientras mi mirada se perdía envuelta en charco de sangre y sus chillidos de perro, 
lo vi venir hacia mí. 
Despedía un fuerte olor a orina y alcohol, su aliento fétido me paralizó. 
Tomó mi cabeza y la reventó contra el muro del callejón... ya no había más dolor.

Mi escencia partió, por fin era libre de buscar otro camino, 
más allá del yugo material, más allá de la vida en la antigua Europa, 
más allá de la soledad y la pena.

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No sé realmente que vino luego de eso, 
pero el recuerdo de esta vida llegó a mí haciéndome sentir que no estaba condenado 
necesariamente al fracaso por nacer como nací. 

Es posible fracasar o triunfar en cualquiera de los personajes que he representado 
o representaré.

Lo que me consuela al menos, 

es que si no lo hago ahora. 

La opción es regresar e intentar ser feliz otra vez.

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